Hoy hablaremos acerca de la Cnethocecampa pityocampa, familia de la Thaumetopoeidae; de la Orden Lepidoptera, podría parecer que dentro de unas líneas mencionaré a Sauron, pero no, se trata de un mal mayor simplemente por ser más real, del todo palpable, y es que os vamos a hablar de la famosísima -a la par que temidísima- Oruga Procesionaria.
Lo que quizás no sepas de este particular insecto:
Se trata de un ejemplar típicamente mediterráneo que podemos encontrar en pinos, por lo general, pero también en abetos y cedros.
Antes de formarse como orugas pasan por cinco estadios larvarios, desde el primero las colonias de orugas construyen conjuntamente pequeñas bolsas de seda con función de refugio colectivo, pero es a partir del tercer estadio cuando la oruga ya adquiere su aspecto más reconocido; el tegumento oscurece (cuanto más frío más oscuro) y se forman a su alrededor unos pelos urticantes de color amarillento anaranjado que contienen una toxina termolábil denominada Thaumatopina.
Cada oruga dispone a lo largo de su cuerpo de unos 500.000 pelos o tricomas.
Estos «pelos» se podrían asemejar a unos dardos venenosos que la oruga proyectará como mecanismo de defensa en caso de sentirse amenazada (y os advertimos, esta oruga es muy sentida).
En su quinto estado larvario, la oruga abandona los árboles bajando al suelo formando esas características filas indias que plagan la mayoría de zonas amplias y verdes de nuestra ciudad. Lo hacen así para protegerse la cabeza unas a otras ya que son el alimento de muchos pájaros.
Tras su paseo, se enroscan entre sí, protegiéndose de nuevo, para finalmente enterrarse en el suelo, donde pasarán a la fase de pupa o crisálida y darán pié así a su estado adulto, en el cual se convertirán en mariposas de aproximadamente 40 mm de envergadura en el caso de las hembras (en el caso de los machos el tamaño es menor).
Lo que les resta de vida (entre uno y dos días) lo invertirán en asegurarse un legado que, de nuevo, nos dará de qué hablar el año que viene.
El cambio climático, del que como ya sabemos todos somos culpables en mayor o menor medida, ha propiciado que las temperaturas en el invierno sean más elevadas, de manera que las orugas se ven obligadas a cambiar sus hábitos y no esperan a la primavera para bajar de los árboles, sino que comienzan su desfile ya en invierno, este año por ejemplo han empezado a aparecer por Burgos desde el mes de Febrero.
Además, la presencia de la procesionaria se ha ido ampliando a otros espacios de carácter más urbano, como parques, colegios, jardines e incluso las propias calles. Eso sí, las zonas más afectadas siguen siendo el Castillo y Fuentes Blancas.
La defoliación que producen en las coníferas, la pérdida de las acículas de la copa, y en definitiva la debilitación del árbol, por no hablar del efecto que pueden provocar en otros seres vivos, son tan solo unos pocos ejemplos de las consecuencias que está teniendo el fomento de la aparición de estas plagas.